Ese sábado estaba gris, los negros nubarrones pintaron rápidamente el cielo de un color plomizo y amenazante. La brisa pasó de fresca a fría y sumaba otro argumento para el desistimiento, pero, la convocatoria pudo más y venció a la pereza. El Parque Rivera, lugar de encuentro, sumó por la positiva y ya no había vuelta atrás. Ni la lluvia que se descargó luego pudo evitar que cumpliéramos con la cita y lo que vivimos ese día nos dio la razón. Él estaba allí, anfitrión de lujo, para recibir a todos y cada uno de los que nos auto convocamos por las redes para acompañarlo en su travesía. Un corto viaje público al que nos subimos para compartir con Diego una pequeña porción del mismo, si se quiere, una de las mejores partes. Bastó ese corto trayecto para imaginarnos la parte más tortuosa y difícil que tuvo que transitar, pero allí estábamos para verle, feliz y realizado. Orgulloso de seguir convocando para correr por la vida. Corre, Diego, corre...
Pasó el clásico, pasaron los clásicos. Tres partidos considerados de alto riesgo a partir de la rivalidad cosechada durante años de competencia deportiva. Conceptos que fueron moldeándose y consolidándose al tiempo que la violencia comenzó a ganar espacio en las lides deportivas, robando lugar al deporte mismo. Espacio que no sólo ocupó en el fútbol sino también en el básquetbol con tristes episodios como la muerte de “los Rodrigo de Aguada”, por citar un caso. Es que a los deportes de mayor convocatoria nacional los infectó el flagelo de la idiotez, la intolerancia, la idea de ganar como sea y dónde sea, sin importar el método, violando todas las reglas. Y lo que antes no pasaba en Uruguay y era cosa de otros lados, llegó para quedarse dando muestras de querer avanzar a pesar de las mayorías. Pero a pesar de ser menos hacen mucho daño y lo que pasa en otros lados pronto se copia acá. Todo se copia y la competencia se traslada también a los medios de difusión. En esa puja por ser primicia, se invierten los resultados beneficiando a los violentos, y se traspasan límites, más allá del deber de informar...
Esta columna se escribe a escasas horas de un nuevo clásico del fútbol uruguayo. El clima previo pareciera ser una paz de esas que precede una tormenta. Varios hechos conocidos por estos días, dan cuenta de alguna referencia con hinchas de los tradicionales rivales que fueron protagonistas de actos delictivos. Ello bastó para alimentar un imaginario que deja de ser imaginario para ser una triste realidad. Para colmo, el clásico argentino se suspende por la estupidez manifiesta de quienes aspiran a ganar como sea en un juego en el que gana el que introduce el balón en el arco contrario. Cada vez más quieren ser protagonistas los que debieran ser espectadores o -a lo sumo- protagonizar un espectáculo alternativo y adicional al que debieran dar los jugadores en el campo de juego. Para redondear ese combo peligroso, se conocen vinculaciones de algunos “supuestos” hinchas (porque el verdadero hincha es el que vive y disfruta su pasión por el juego mismo) con hechos delictivos. Esa combinación explosiva de intereses comerciales y deportivos junto a la idiotez humana, hacen que lo que debiera ser una fiesta termine siendo un papelón o -en el peor de los casos- una tragedia. Lo dicho, el fútbol navega entre la pasión, el negocio ó... la estupidez.
Hay cuatro elementos básicos que forman parte de la cadena de respuesta a la acción delictiva. Cuatro elementos que componen una estructura elemental y básica que la sociedad organizada ha dispuesto para la contención y respuesta ante la conducta criminal: prevención, disuasión, represión y sanción. Los mismos responden a una secuencia lógica (que puede ver alterado el orden en los dos primeros según se interpreten los mismos), pero que conforman un sistema secuencial del antes, el durante y el después del evento criminoso. Nadie discute que la prevención es una barrera de contención que busca evitar el hecho contrario a lo que busca anticipar, la disuasión es una herramienta de convencimiento -por vías indirectas- de una posible acción dañosa; la represión no es otra cosa que la respuesta misma de la autoridad ante el hecho consumado y la sanción es la respuesta -socialmente admitida y jurídicamente consagrada- de la pena que se impone a quien infringe la ley. Estas cuatro patas de la mesa se complementan -en el mundo moderno, sin discusión- con un quinto elemento que los concentra a todos y que permite mejorar la eficacia pública en la materia: la participación ciudadana.
El Hotel del Prado estaba repleto con lo más selecto del empresariado nacional, convocados por el Espacio 609 en apoyo a la candidatura de Lucía Topolansky a la Intendencia de Montevideo. Esta vez la participación de Pepe Mujica era un adicional que nadie quiso perderse. La iniciativa tenía su razón de ser en incorporar la visión estratégica de Mujica a un espacio de discusión de ideas como era el Ciclo de Conferencias Uruguay del Futuro, un Uruguay que si algo recuperó (y con creces) durante su mandato, fue un lugar mundial de privilegio. Le bastaron escasos treinta y pocos minutos para brindar una magistral clase de geopolítica, que dejó a todos pensando en cómo hace este hombre grande para decir cosas tan trascendentes en un lenguaje llano y accesible para todos. Y lo que es mejor, cómo hace para explicar cómo repercuten en cada uno las decisiones que toman otros desde lugares lejanos y sobre cosas que parecen ajenas pero terminan incidiendo en nuestras vidas. Habló Mujica y todos paramos la oreja...
La paloma, símbolo de paz cuya imagen fuera inmortalizada por Picasso en aquella silueta colombófila que circula desde hace décadas por el mundo, se ha hecho famosa también por su invasiva presencia en los espacios públicos. En efecto, el crecimiento descontrolado de su población afecta a las orbes del mundo y Uruguay no es la excepción. Mucho menos una ciudad como Melo -hasta donde llegó el Consejo de Ministros- donde los ciudadanos melenses sufren las consecuencias de ese excesivo crecimiento (junto al de los tordos que comparten hábitat) debiendo abandonar los espacios públicos como medida de preservar su limpia integridad...