El que mucho abarca…
Seguramente estoy "demodé", anticuado en una forma de gestionar la información pública en tanto y cuanto quien ocupa un cargo de responsabilidad se debe a esa función y debe (debería al menos) honrar el compromiso asumido con su mejor esfuerzo en hacer que esa función se fortalezca con su trabajo. Es decir, si uno asume un cargo de comunicador en una dependencia del Estado, lo menos que debe hacer es comunicar y fortalecer el medio público para que sea quien sea el que lo dirija quede una institucionalidad fuerte y consolidada en la generación de contenidos informativos que permitan justificar su misión.
Hoy asistimos a ver a reconocidos periodistas en diferentes cargos de responsabilidad para ejercer lo que mejor saben: comunicar. Pero comunicar sobre la gestión pública implica un alto compromiso por que se respeten ciertos códigos mínimos de autonomía que permitan separar la función periodística de la del comunicador, ese que debe generar un insumo informativo que permita a la población conocer sobre la gestión de su dependencia. En definitiva no es otra cosa que aportar instrumentos que permitan a los contribuyentes conocer en qué se gastan sus impuestos y acceder a los beneficios que el Estado les otorga en contrapartida.
Se trata -ni más ni menos- de generar músculo, es decir, institucionalidad que permita dar continuidad a la necesaria acción de informar sobre lo que se hace y más cuando lo que se hace está solventado con el dinero de todos nosotros.
Sin embargo no parece ser esa la tónica que prevalece en la actual administración y vaya si han dado señales contradictorias a la hora de informar sobre la gestión. Marchas y contramarchas varias, dan cuenta de una improvisada forma de comunicación oficial que deja en falta a los profesionales contratados (que abandonaron su cargos privados para asumir responsabilidades en el gobierno), y a quienes parece no escuchar quienes tienen la última palabra antes de emitir la información.
Se emiten comunicados que luego son desmentidos por el jerarca de la misma organización que lo emitió (caso de la saturación del CTI del Hospital Español, por ejemplo). Se difunden cese de exoneraciones a los combustibles de frontera como una forma de tanteo, que -obviamente- despiertan fuertes críticas y se da marcha atrás. Se cobra peaje con aumento antes que se emita el decreto correspondiente, y la culpa es de quien se apuró a cobrarlo. Y así podríamos citar muchos casos más…
Pero también se dicen cosas sin emitir palabras, se trata de la comunicación gestual o de comportamiento. Y ahí entramos en un terreno donde el propio Presidente comete un error inexcusable dada su investidura. Porque en momentos que Uruguay atraviesa su peor escenario sanitario a raíz del Covid-19, las imágenes surfeando en La Paloma para nada contribuyen a reforzar el mensaje de cuidado que tanto reclama. Y no es porque surfear se considere una práctica que aumente el riesgo de contagio sino porque da la imagen despreocupada precisamente de quien intenta por TV decirnos lo contrario.
En medio de la pandemia, con números en rojo y con récord de fallecimientos diarios (17 fue la cifra más alta el pasado 22 de enero), no parece coherente poner cara de circunstancia frente a las cámaras y en régimen de conferencia de prensa, para salir luego rumbo al balneario como si nada.
Hay un abuso de comunicación gestual negativa que debiera advertir el Presidente o algún allegado, porque esa contradictoria forma de comunicar una cosa y decir otra con sus actos, es lo que apreciamos muchos; fundamentalmente una generación de jóvenes que interpretan que si el Presidente puede, ellos también. Por lo menos eso deberán estar pensando hoy aquellos surfistas que fueron "invitados" a abandonar su práctica al inicio de la pandemia, tiempos en que ni por asomo se registraban los guarismos de hoy día.
Esta administración ha sufrido la consecuencia de creerse que comunicaba bien, al influjo de una claque mediática que no demuestra el mismo celo profesional que tuvo en anteriores administraciones. Faltan preguntas o sobran periodistas en las conferencias de prensa, donde se abusa del instrumento al punto que ya generan muy poca (o ninguna) expectativa en la ciudadanía.
Este gobierno impulsa desde el inicio la comunicación oficial a través de las cuentas personales de sus protagonistas, y todo indica que les gusta ese camino olvidando que son gestores públicos y no influencers, aunque les guste más lo último. Olvidan que -antes que nada- son servidores públicos, que su función es a término, ese tiempo que le dio la ciudadanía para gestionar el país y sobre lo que deberán rendir cuentas luego. Por ello, más que construirse una figura personal, reforzando sus redes sociales, deben generar institucionalidad, porque esa es la verdadera razón por la que los puso allí el pueblo.
Reconozco que todo esto cae en saco roto, la vieja comunicación oficial está en retirada -al menos por este período- al impulso de seguidores, likes y pujas en las redes sociales, asistimos a una suerte de desinformación oficial recurrente que nos deja a la deriva siguiendo el camino del comunicador de turno.
Con distinta vara
Para culminar, tocaré una arista de la obsecuencia informativa que complementa estas carencias comunicacionales. Hagan ustedes mismos la comparación del tratamiento mediático que merece a los profesionales de la información casos como el del copamiento de la subcomisaría de pueblo San Luis en Rocha, que culminó con el robo del arma de reglamento de uno de los policías. El periodista especializado justificó el hecho con la reciente apertura del local y la exposición que tienen los pocos policías apostados en la misma. Sin embargo, no hace mucho tiempo atrás, robaron una cafetera de la Seccional 10ª de Montevideo, y allí los mismos especialistas de la noticia policial concentraban sus informes en la increíble existencia de un hurto de esas características de una seccional de policía.
Claro, porque una cafetera es mucho más valiosa y peligrosa que un arma de fuego de 9 mm…
el hombre contaba seguidores,
el perro acumulaba ladridos…
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