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martes, 4 de febrero de 2014

Mala sangre*

Otra forma de encarar la crónica roja

Hace pocos días se presentó una producción periodística que pone en el tapete la discusión sobre el tratamiento que los medios y algunos periodistas dan a la crónica roja. Un tema que no fue ajeno -tampoco- a los gobiernos de turno (justa referencia de esta obra sobre episodios protagonizados por gobiernos anteriores al FA, tanto o más críticos que éste con el tratamiento que hicieron los medios sobre la mediatización de la crónica roja). Son siete historias de crímenes escritas con rigor periodístico y -justo es decirlo- con la perspectiva histórica que permite develar la verdad oculta tras la primera noticia difundida. En puridad, un trabajo que llega en el momento apropiado para poner las cosas en discusión y dejar atrás atavismos impuestos por la inmediatez del vértigo absoluto por tener “la primicia”...


 
*Mala sangre, siete historias de crímenes – Edición de Darío Klein (AGUILAR)
Pablo Alfano – Javier Benech – Felipe Llambías – Eleonora Navata

Lourdes Rodríguez – Leticia Sánchez – Fabián Werner

No voy a hacer una crítica literaria ni mucho menos. Sería una irresponsabilidad de mi parte, porque no soy crítico literario. Pero sí voy a comentar lo que me produjo la lectura de esta obra que tiene muchos puntos de contacto -por no decir todos- con la tarea que me compete a diario en el rol de comunicador y nada menos que de la cartera que trabaja en la materia que nutrió a los escritores de marras.

Me pareció muy oportuna su aparición en tiempos pre-electorales (bueno, ya casi en medio de la campaña mismo), porque la comunicación de los hechos delictivos es uno de los puntos principales del discurso opositor. No ya el tema mismo de la (in)seguridad, sino el rol que le asignan a la difusión de los hechos y la forma de difundirlos.

Bienvenida discusión sobre la pertinencia de conceptos como investigación, rigor, veracidad, narración o interés público; frente a, la puesta en escena, dramatización, morbo y sangre, por utilizar conceptos bien antagónicos.

¿Quién no recuerda el triste episodio de aquellos padres que habiendo perdido a su bebé debieron soportar la acusación de los propios periodistas que se hicieron eco de una sospecha que luego terminó siendo descartada? ¿O aquella madre cuya hija era abusada por su concubino y, con el periodista dentro mismo de su casa, fuera inculpada de inacción haciendo que la turba la emprendiera contra ella con gritos e insultos? La misma turba omisa que ahora -cámaras de TV mediante- se erigía como defensora de valores que no supo defender en tiempo útil y real.

Tampoco puedo olvidar la dramatización impuesta -cada vez con menos impacto en una audiencia saturada de morbo insano- con música de violines y preguntas inmediatas e inoportunas a las víctimas de delitos.

Hubo un verdadero “... abuso de la truculencia y el morbo en la exposición de los hechos; la violación de la privacidad de los involucrados -aún cuando fueran niños, niñas y adolescentes-; el uso de cortinas musicales para dramatizar la noticia y la repetición hasta el hastío de cámaras ocultas o las imágenes provenientes de cámaras de seguridad.” (Edison Lanza – Director de CAinfo y Coordinador del Proyecto “Mala sangre”, a modo de prólogo de la citada obra)

Precisamente en momentos pre-electorales o electorales propiamente dichos, es parte de la discusión a plantear ante la ciudadanía la forma en que debe llegarle la información para que cada quien se nutra con la verdad sin disfrazarla de ninguna forma.

Son tiempos donde la transparencia debe imponerse para que todos podamos llegar a la información veraz sin cortapisas. Pero no solo de transparencia se trata, es necesario mayor rigor periodístico, y ahí es donde entra la investigación, el seguimiento de los casos, y la difusión de la resolución de los mismos. Todo ello con el mismo espacio -algo que no ocurre casi nunca- para transmitir a la población que el delito no queda impune como parece ser el sentimiento de muchos.

Es menester que se contribuya, de esa manera, para bajar ese insólito sentimiento de inseguridad subjetiva que tienen hoy los uruguayos (superior a México, uno de los países más violentos de nuestra América).

También me atrajo el relato, la narración de los hechos, elementos que el tiempo y la oportunidad permitieron. El primero -el tiempo- porque con el paso del mismo se van decantando los hechos y aparecen nuevos elementos que van dando forma a la historia y develando la verdad oculta tras la primera información difundida; y lo segundo -la oportunidad- porque un libro otorga más libertad y no se limita a tantos caracteres por columna, porque “no hay más espacio”.

Algo que debo aclarar bien es que no elogio una obra en desmedro del retaceo de la información, sino todo lo contrario. No abogo por el recorte informativo sino por el rigor investigativo, ese que falta las más de las veces y lleva a errores (u horrores) que causan más daño que bien a los involucrados, y encima, aumentan un sentimiento colectivo de furia, recelo, miedo e inseguridad, que no se corresponden con los valores objetivos de delito que sufre el país.

En definitiva, son muchas las razones que me impulsaron a escribir sobre esta obra donde periodistas de varios medios locales hicieron de su profesión una virtuosa razón para escribir “siete historias de crímenes...”  sin hacerse  “Mala sangre”.


el hombre leyó en silencio,
el perro no se hizo ninguna mala sangre

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