Fuente imagen: Montevideo Portal |
A más de una década de producidos los hechos, nuevamente salen a la luz testimonios ocultos –hasta hoy- en que sus protagonistas son los mismos que ejercieron terrorismo en nombre del Estado. Curiosamente, también, salen a relucir estos testimonios en medio del inminente tratamiento del desafuero del hoy senador Guido Manini Ríos, que lo involucran cuasi directamente con una modalidad impuesta en los mandos militares, un pacto de omertá aún vigente que inunda de una tremenda opacidad a todos los procedimientos de los que son protagonistas. Si algo hay que reconocerles es que todo lo dejan por escrito, aunque no todos esos escritos los informan convenientemente, tal como exige la ley vigente, a sus superiores inmediatos y –mucho menos- a los mandos políticos. En esta suerte de cadena de responsabilidades tampoco se salvan quienes tuvieron la posibilidad de acceder a esa información y fueron omisos (por acción u omisión) al momento de tomar resoluciones que afectarían hasta al propio Presidente de la República. Pero lo más llamativo de todo este asunto, sin ser lo más grave –o tal vez sí- es la concepción que tienen los altos cargos militares del “honor”. Una concepción que se asimila más al “deshonor” por cuanto invierte los valores esenciales de la condición humana al subvertirlos en rango de importancia poniendo a la vida por debajo, de forma inexplicable. Es toda una cuestión de honor que debería reformularse sin demora…
De honor y Deshonor
Se lo pudo ver arengando a sus correligionarios a voz en cuello anunciando que no se ampararía en ningún fuero si era convocado a rendir cuentas ante la Justicia; sin embargo, del dicho al hecho quedó un largo trecho que lleva ya meses y que se contamina con otros hechos que se suman –casualmente- a escasos días de ser convocado el Senado de la República para dilucidar su situación procesal.
El hoy senador Guido Manini Ríos –el protagonista de este sainete que tiene toda la pinta de una bien pensada operación de inteligencia- no honra su palabra dejando la decisión en manos del cuerpo parlamentario (dueño de los fueros, es verdad), pero que bien podría obviarse si, cumpliendo con sus dichos, solicitara al cuerpo que suspendiera sus fueros para comparecer ante la Justicia. Pero ese trecho que le falta para ser consecuente con sus dichos no estaría dispuesto a cumplirlo, con lo cual podrá sortear el incidente judicial, pero quedará estampado en la historia que faltó a su palabra, pero, sobre todo, a ese honor del que tanto pregona.
Y en este episodio que se dio a conocer hoy -a partir de una nota de prensa- al periodista Leonardo Haberkhon la historia tendrá que reconocerle el haber propiciado el incidente que involucra a Manini, por cuanto fue el primero que reparó en la confesión que Gavazzo hizo ante el Tribunal de Honor sobre el asesinato de Roberto “Tito” Gomensoro en 1973. Más allá que se pueda compartir o no algunas de sus conclusiones sobre la responsabilidad que les cupo a los mandos políticos de entonces, lo cierto es que fue el disparador de una investigación que llevó al fiscal Morosoli a imputar al senador Manini en el caso por su omisión de informar sobre el delito confesado tal como establece el Art. 77 de los reglamentos de los Tribunales de Honor.
Sin entrar en el fondo del asunto, esta cuestión del honor me hace mucho ruido por el manoseo que hacen quienes lo invocan al mismo tiempo que lo mancillan. Porque, así como el senador Manini afecta su honor incumpliendo su palabra, también los encargados de dictar justicia en la materia específica dan muestras de tener invertidos los valores al momento de calificar conductas.
Solo así se explica que, ante confesiones de delitos aberrantes como la tortura y el asesinato, (según surge de las actas del Tribunal de Honor que se le hiciera a Gilberto Vázquez en 2006), los miembros de un tribunal que califica el honor militar, reparen en su incumplimiento a la promesa de no escaparse y no en las confesiones que hiciera sobre esos delitos. Incumpliendo el propio reglamento –que se ocupan de advertir convenientemente, según surge de las actas hoy conocidas- pero que omiten cuando informan las resultancias de sus actuaciones a los mandos superiores (incluidos los políticos). Esa desembozada omertá se mantiene hasta nuestros días y es el principal escollo que encuentra el colectivo de Familiares, para conocer –de una vez por todas- el destino de sus familiares desaparecidos.
La Justicia será quien determine finalmente el grado de responsabilidad de cada uno, incluidas las responsabilidades políticas si las hubiere. Parece ser –según lo expresó José Bayardi- que nunca se informó ni se agregaron esas actas al momento de derivar las resultancias de los tribunales en cuestión para su homologación. De haber alguna responsabilidad, sería de mandos medios que informaron a la ministra Azucena Berrutti, sugiriendo la homologación sin más. Mandos que también podrían haber quedado en medio de ese pacto de silencio u ocultamiento, trasladando a la Ministra una información recortada que omitió informar los delitos confesados que hoy se hicieron públicos.
Lo cierto es que esa opacidad militar no es de ahora, y es un lastre que sigue pesando a la hora de cerrar una herida que seguirá abierta hasta tanto se sepa el destino de nuestros detenidos desaparecidos. Información que se han preocupado y ocupado de ocultar con acciones como las que hoy se conocen por parte de una institución que deshonra su uniforme de manera recurrente y tristemente naturalizada.
De todos modos, el manejo político que se quiere dar al tema tiene un matiz que no se debe soslayar y es que los que critican al Frente Amplio son los mismos que nunca llevaron ante la justicia a los torturadores y represores militares. Los mismos que criticaron cuando se escapara Gilberto Vázquez –el protagonista de estos hechos- y a los que respondiera brillantemente en su momento el entonces diputado Carlos Gamou: “a nosotros se nos escaparon porque fuimos los únicos que los metimos presos”.
El honor debiera ser tratado de otra forma, con la solemnidad que se merece en una institución que se precia de su culto pero que lo hiere de muerte, recurrentemente, sin el menor atisbo de arrepentimiento. La mentira se ha consolidado en la interna militar al punto que se la naturalizó de forma notoria y hasta descarada, al punto de dejar prueba escrita de su consumación.
La verdad –más temprano o más tarde- saldrá a la luz, y el honor volverá algún día a ser cuestión…
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