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sábado, 1 de septiembre de 2012

Nostalgia de la crisis


Detonó un invierno del año 2002, pero se venía gestando desde mucho antes; tanto que se podría decir que me crié viviendo en crisis. Mi infancia fue la de las colas para comprar el kerosén cuando al almacén del barrio llegaba el camión de ANCAP que racionadamente distribuía el combustible de la clase media con que se alimentaban los legendarios Primus” o las estufas de rulo como aquella “Solmatic” de mi vieja. Aquella crisis permanente tuvo su réplica pasadito el nuevo milenio y a estar por los efectos, fue como tocar el infierno…


En los años previos a la dictadura y luego durante el oscuro tramo del gobierno de facto, los éxitos económicos eran cosa de otras tierras y para la clase trabajadora –de la cual mi familia era un claro ejemplo- solo había ajustes y más ajustes de un cinturón al que si algo no le faltaba era espacio para un agujero más.

Si no pasamos necesidades mayores fue porque mis padres no bajaron nunca los brazos y dejaron el alma para darnos la mejor educación posible y colmar nuestros básicos requerimientos de una infancia que fue feliz a pesar de los problemas económicos que significaba llegar a fin de mes.

Si recordaré la larga huelga general –con aquellas inesperadas vacaciones que no entendíamos mucho su porqué- representada por nuestra vieja heladera Ferrosmalt prácticamente vacía con una botella de agua con limón como excusa para mantenerla encendida. Pero a pesar de esos inconvenientes sufridos nos las ingeniamos para sortear los escollos y salir adelante.

Luego, ya pasada la dictadura, la esperanza del regreso a la democracia hacía pensar que las cosas cambiarían. Sin embargo, los gobiernos fueron sucediéndose sin éxito salvo el aparente desarrollo de los años 90 que todavía nos venden como un logro sin reconocer que sembraron la semilla que hoy padecemos de una sociedad enferma de consumo e individualismo.

Repetidamente ensayaron fórmulas aprendidas de los dueños del mundo desarrollado, (a partir de los organismos internacionales de crédito), sin lograr en lo más mínimo un resultado que derramara sus efectos en la población. Así fueron transcurriendo los primeros gobiernos pos dictadura, sin que el país lograra resultados, y así también, tocamos fondo…

Aquel invierno del año 2002 detonó el país. Argentina sufría una fuga de capitales que recalaban –transitoriamente- en nuestro territorio y los transportadores de caudales fluían en caravana desde Colonia o el Aeropuerto de Carrasco hacia los bancos de Montevideo en lo que aparentaba ser un refugio financiero que no dejó de ser pasajero.

Prontamente aquel resfrío argentino se convirtió en congestión uruguaya. Poco duró la confianza y el Banco Central comenzó a cubrir carteras de una banca que empezaba a vaciarse ante la aquiescencia de un gobierno que no sabía como detener aquella huída.

Un divertido presidente no vaciló en atribuirle a “un tal gordo Lanata”, la razón de tanta desconfianza en la plaza financiera que Uruguay había montado para ser un “país de servicios”. Aquel corralito argentino pronto se instaló en nuestro sistema a pesar de querer evitar cualquier comparación con aquel instrumento porteño que congeló e indispuso depósitos a diestra y siniestra. Justo es decir que acá fue una reprogramación, y que aquellos que vivieron para contarlo recuperaron sus dineros, no sin sufrimiento y espera.

Tengo muy fresco aquel día del feriado bancario que sorprendió a muchos enfrente a los cajeros automáticos que repetían una y otra vez la frase “momentáneamente fuera de servicio”.

Ni que hablar de aquellas “hordas” que rápidamente desaparecieron (porque jamás existieron), que se decía venían desde el Cerro y estaban desembarcando en 18 de Julio donde rápidamente cerraron negocios y oficinas públicas en masiva estampida autoprovocada por aquel rumor.

Se sabría, al día siguiente, la falsedad de aquella movida que provocó una nueva y masiva corrida al igual que la que se venía dando, cual sangría, en la actividad financiera uruguaya. Un pueblo descreído intentaba salvar lo poco que tenía vaciando sus cuentas bancarias.

Los bancos Comercial y Montevideo, feudos de los Rhöm y los Peirano, quebraban impunemente, una vez más con idénticos protagonistas. Uno se dió a la fuga mientras otros miembros del clan, serían detenidos por el desfalco en lo que pareció a todos una protección oficial más que una sanción al delito cometido.

La plaza financiera uruguaya -tan promocionada y sobredimensionada- se daba contra el piso de una realidad que rompía los ojos a muchos, menos al divertido Presidente, quien tuvo el infeliz traspié con la cadena Bloomberg y terminó pidiendo disculpas allende el plata con un lagrimón bajando su mejilla en papelón histórico frente al entonces Presidente Duhalde de Argentina.

La desocupación trepó a niveles históricos de un 20%, la pobreza alcanzó a más de un millón de uruguayos, y la desestructuración social alcanzó niveles impensados para un país que hacía gala de sus políticas sociales, que ahora tenía totalmente paralizadas.

El famoso mercado que todo lo resolvería, terminó dejando en solitario a sus defensores y aquellos capitales se volaron como por arte de magia. La industria ya había sido desmantelada en los años 90, a pesar que todavía hay quienes defienden aquellos años de la plata dulce como los mejores de la época.

Sin embargo tanta nostalgia junta de aquellos tiempos recientes tan ingratos, tiene su lado positivo pues los uruguayos supimos recomponer aquel tejido roto y recuperar la esperanza perdida. Las fórmulas mágicas dejaron su lugar a una nueva forma de gestión que hizo del salario un objetivo concreto a recuperar y con ello potenciar el consumo interno, ese que fue olvidado por completo por los sucesivos gobiernos de turno. Aquel infierno en que nos encontramos fue el golpe de gracia que necesitaba una sociedad crédula por demás que dijo basta y otorgó oportunidad a la izquierda a ser gobierno.

La recuperación económica –esa que hoy atribuyen exclusivamente a coyunturas internacionales- es hoy una realidad a pesar de la propia coyuntura internacional que vive sus crisis sin que el país deje de crecer. Semejante inconsistencia deja en posición incómoda a los críticos de hoy, (que son los gobernantes de ayer), que también sufren la nostalgia del poder perdido y sin miras de recuperarlo por mucho tiempo.

Pasó una década de aquel infierno y todavía sufrimos los coletazos, no ya en desempleo ni pobreza, sino en la inseguridad protagonizada por aquellos desestructurados por la crisis, y alimentados por el consumismo de finales de siglo. Los valores perdidos no forman parte de ninguna nostalgia para quienes hacen del delito su forma de vida. Pero sí hacen caudal y mucho para quienes bregamos por su recuperación, compartiendo las estrategias por la vida y la convivencia impulsadas hoy.

En tiempos de nostalgias es buena cosa recordar aquellos días y compararlos con los tiempos actuales. ¿Que falta mucho todavía? Por supuesto, pero hoy contamos con una próspera realidad que deja lugar a una nostalgia que los uruguayos no queremos más. Enhorabuena...




el hombre repasaba un álbum viejo,
mientras el perro mordisqueaba el mismo hueso

1 comentario:

  1. si, en tiempos de nostalgias....
    hace falta un hueso grande para mordisquear...


    yo

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