La altísima exposición mediática del video de seguridad que mostró la ejecución sumaria del empleado de La Pasiva, disparó múltiples cuestionamientos. Desde los medios, (exageradamente corporativos), se esgrimieron rápidamente argumentos a favor de la libertad de prensa y -salvo pocas excepciones- hicieron causa común a no restringir la difusión de las imágenes en aras de un bien superior: la información. ¿Información de qué?
Cientos de veces reproducidas, las imágenes del asesinato infame de Gastón Hernández (empleado de La Pasiva de 8 de Octubre y Albo), terminaron generando una corriente de opinión que cuestiona tanta exposición de un hecho de sangre cometido con frialdad y sin que mediara ninguna provocación. Fueron muchas, demasiadas, las ocasiones en que se exhibió el video de las cámaras de seguridad que llevaron a un hartazgo informativo de acciones que, lejos de combatirse, se promueven a partir de la excesiva reiteración.
A
tal punto que pocos días después de ocurrido el hecho, un medio de prensa, (El
País), notició que los hijos pequeños del infortunado empleado, vieron por TV como
fue ajusticiado su padre por un delincuente sin que nadie pudiera evitarles ese
ingrato momento. Por otra parte eso, que significaría por sí solo un límite que
no debiera traspasarse, es -para los autores del homicidio- una razón en sí
misma que suman a su acervo delictivo y les otorga “prestigio” en el ambiente.
Rematadamente
malo por donde se lo mire, ¿no?
Ahora
suena fuerte la sanción de una ley de medios y se escuchan voces en contra pero
algo hay que hacer al respecto. Pensemos por un instante en términos económicos
exclusivamente. Ante la pérdida de una vida o secuelas en las víctimas del
delito, la reparación debe medirse por el sostén familiar que se pierde o el
grado de secuela sufrido. Entonces, de ser así -y de hecho lo es- ¿quién se
hace cargo?
Hoy
existen proyectos de ley que prevén la formación de un fondo de reparación a
las víctimas del delito a partir del producto del trabajo de los reclusos. Una
iniciativa que es bien recibida por toda la población. Ahora bien, ¿y los
medios de difusión que hacen de la crónica roja el espacio de mayor costo en
publicidad? ¿No deberían pagar un cánon que también se destine a ese fondo?
En
la región existen ejemplos recientes en los que fueron llamados a
responsabilidad los medios de comunicación que hicieron coberturas
sensacionalistas de hechos relativos a la tan mentada “crónica roja”. Para ser
más precisos, en Chile -donde existe un Consejo Nacional de Televisión- se
impusieron multas de varios miles de dólares por la cobertura “truculenta” y
“sensacionalista” del incendio de la cárcel de San Miguel en el año 2010.*
Los
fundamentos de la medida aplicada en Chile son absolutamente compartibles y
aplicables a nuestra realidad. Como se expresa en dicha nota por un periodista
de la Universidad Católica de Chile – Luis Bruell- “los informativos de televisión están asistiendo a una mutación en los
géneros… tienen un mix de relato periodístico con las cargas emocionales de las
ficciones y eso genera que las narraciones periodísticas sean microcuentos… No
te informan sencillamente que hubo un asalto y que mataron a un cajero, sino
que entrevistan a los amigos, a la mamá, al papá que está esperando el cuerpo,
y vamos montando un cuento con una fuerte carga emotiva y donde uno lo que está
transmitiendo al resto es una experiencia de vida mediatizada a través del
dolor”. Esto, que se dijo de Chile bien pudo decirse de Uruguay. Igualito.
Recientemente
en ocasión de la cobertura realizada tras la muerte de Camila Mondragón en Las
Piedras, se pudo apreciar algo parecido cuando al padre de la joven asesinada
se le llegó a preguntar “¿qué siente en
estos momentos?”. O cuando hace un par de años aproximadamente se condenó
públicamente a una pareja por la muerte de su beba por abusos sexuales que
resultaron falsos.
¿Dónde
está el límite entre información y cuento o “microcuento” por seguir el
razonamiento chileno? ¿La libertad de informar debe comprender también
a esos relatos cargados de dolor? ¿Eso es informar o intromisión en
fueros internos de las personas que sufren un hecho delictivo con resultados
graves? ¿Se necesita reiterar cientos de veces las imágenes de un asesinato
para informar? ¿Dónde está la frontera entre información y sensacionalismo?
Viene siendo hora ya que todos
asumamos nuestras responsabilidades, en su justo término, que quede claro.
Nadie piensa en limitar o cercenar la información pero si esta es un producto
que genera ingresos millonarios, no sería mala medida que parte de esos
ingresos se vuelquen para mitigar el dolor que transmiten y difunden al mejor
estilo de un reality show. Una forma de retribución a las víctimas y/o sus
familias, quienes se convierten en protagonistas de historias de vida en
horarios centrales de información, donde la pauta publicitaria es más cara.
Por supuesto que sería preferible
que se entendiera otra manera de informar pero si la forma es esta, hay que
asumir las consecuencias. Al fin de cuentas, si lo toman como un negocio
solamente, hay un socio al que no le están liquidando sus ganancias y ya es
tiempo de que se hagan cargo.
*Fuente: Portal 180
el hombre apagó la
tele,
el perro reclamaba su
hueso...
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