La
moto rugía su escape libre por las calles de Montevideo,
la mano apretaba el puño del acelerador en procura de lograr la
mayor potencia posible. La adrenalina corría por las venas jóvenes
de dos adolescentes que manejan alterados, fugándose del patrullero.
A pocas cuadras del lugar se cometió una rapiña a un motociclista,
las unidades están alertas. La voz de alto que no se acata, el arma
que se desenfunda y empieza a disparar para cubrir la huída. Las
luces titilan cada vez más cerca, la sirena policial parece un
lamento que anticipa el desenlace. Las balas ya surcan el aire de un
barrio acostumbrado al paseo de la muerte por sus calles y pasajes.
La certera bala pone fin a la persecución, caen conductor y
pasajero, pero el peligro aún acecha. Es la vida de uno u otro, ya
no hay regreso, no hay oportunidad. Es el enfrentamiento final, esa
batalla a la que se juegan algunos jóvenes (casi niños), que salen
a ganar o a perder. Es la “yuta” contra los “pibes chorros”;
son ellos o nosotros, comentan algunos sin saber que somos todos...