Pasaron siete años desde aquel 23 de agosto de 2005, cuando -recién asumido el FA- los elementos ponían a prueba al novel gobierno frente a un evento climático inesperado para un país "donde nunca pasa nada". Parece ser que el tiempo, el mejor maestro siempre, hizo su parte y en esta ocasión en que repite con similar virulencia, la madre naturaleza apreció el esfuerzo y los daños colaterales fueron significativamente menores a los de aquella oportunidad.